1.”LA VIOLENCIA NO TIENE GÉNERO”.
Sí, sí que tiene género y por esto es imprescindible separar violencia de género y violencia doméstica. Aun sin tener un conocimiento legal sobre la materia, basta prestar atención a los conceptos para entenderlo:
*La violencia de género es aquella que se produce por razón de género de un hombre a una mujer.
*La violencia doméstica no es aquella que se produce por razón de, sino en un determinado espacio: el doméstico, donde se produce la convivencia. Y es aquí donde entran los asesinatos de mujeres a hombres, pero también descendientes, ascendientes o hermanos por naturaleza, adopción o afinidad, o menores o personas con discapacidad que convivan o estén sujetos a tutela.
Un informe del Consejo General de Poder Judicial (CGPJ) señala que en la violencia doméstica la fuerza y la ira “no aparece tan marcada ni con la intensidad con la que lo hace en la violencia de género”. Hasta aquí, la explicación básica. Ahora, profundizamos.
La igualdad no es un invento feminista. Está recogida en la Constitución española (art. 14) y, mucho antes, en la Carta de las Naciones Unidas de 1944, en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 y en la CEDAW de 1979 (Convención sobre la Eliminación de toda forma de Discriminación contra la Mujer). Pero vamos en busca del concepto para definir la violencia contra la mujer es: “Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada”. (Asamblea General de Naciones Unidas)
Nuestra Ley de Violencia de Género de 2004 recuerda en su preámbulo que la ONU reconoció que la violencia contra las mujeres “es un obstáculo para lograr los objetivos de igualdad, desarrollo y paz, y viola y menoscaba el disfrute de los derechos humanos y las libertades fundamentales”. Explica que esta violencia es el resultado de unas “relaciones de poder históricamente desiguales” y que esta ley se aplica del hombre a la mujer, ya sea cónyuges o exparejas, “aun sin convivencia”. Esta consideración se añade porque, hasta entonces, no se contemplaban los asesinatos por exmaridos, novios o parejas de hecho.
El Consejo General del Poder Judicial reconocía que la expresión violencia doméstica suponía unas limitaciones para explicar y juzgar esta realidad: la violencia contra las mujeres. Reflexionaba sobre la importancia del género como una “categoría de análisis que permite entender la diferente construcción sociocultural de identidades, subjetividades, pautas de comportamiento o de relación […]”. El Convenio de Estambul añade que esas diferencias de género crean un “mecanismo social con el que se mantiene a la mujer en una posición de subordinación”.
Frente al homicidio o el asesinato, hay otro concepto clave: el feminicidio, que va más allá del crimen contra mujeres y niñas, y que está definido por la construcción social de estos crímenes bajo el odio y la impunidad. Para M. Lagarde, “el feminicidio es un crimen de Estado, ya que este no es capaz de garantizar la vida y seguridad de las mujeres”. R. Segato añade, además el concepto de femigenocidio sobre aquellos crímenes realizados a mujeres en los que no se puede concretar “ni el móvil de la autoría ni la relación entre perpetrador y víctima” y que se caracteriza porque el número de víctimas es inversamente proporcional al número de responsables. Como ocurrió, de hecho, con las mujeres asesinadas en Guatemala en el conflicto armado en los años ochenta.
Actualmente nos encontramos en un momento histórico de retroceso, desde el punto de vista social y jurídico, tras plantearse un debate muy fuerte en cuanto a la aplicación del concepto de violencia de género aprobado en nuestras leyes. Resulta paradójico que ahora aparezcan cargos políticos que, de forma pública, cuestionan la violencia de género. Y todo ello cuando aún están por desarrollar y aplicar las medidas aprobadas en el Pacto de Estado, que tardarán años en producir efectos y que son urgentes.
Usar violencia doméstica o intrafamiliar para hablar de la violencia de género es borrar de un plumazo (y de forma intencionada) los siglos de relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres. Así que, parafraseando a C. Amorós, hago una adaptación para añadir que no conceptualizar es despolitizar, y despolitizar es quitar a las víctimas los derechos que tienen. Usar la expresión “violencia doméstica” es dañar la memoria y dignidad de las víctimas de “violencia de género”, la que sufren las mujeres por ser mujeres.
2. “LOS ASESINOS MACHISTAS SON ENFERMOS MENTALES”.
Es una de las ideas más reiteradas. La reacción automática ante cualquier asesinato, violación o agresión. Desde ese punto de vista se ha visto y analizado a los agresores que han matado a sus parejas, o a los asesinos de Rocío Wanninkhof, Sonia Carabantes o Diana Quer.
No hay mayor error. Es probable que no queramos reconocer que esas personas pertenezcan a nuestro entorno, que sean nuestros vecinos o amigos. Los definimos como “monstruos”, cuando son personas reales, de carne y hueso. También se les califica de “locos”, cuando con ello añadimos un estigma social y dañamos, a la vez, a las personas que realmente padecen una enfermedad mental, y que distan muchísimo de cometer ese tipo de actos. Las personas con una enfermedad mental no asesinan mujeres por la calle ni en sus casas.
A veces, hay quienes explican los asesinatos, violaciones y agresiones machistas como una “enfermedad” o un “cáncer social”, y, en otras tantas, se escapan conceptos como “lacra”, “plaga” o “pandemia”. No, no es nada de eso. Se dice, sencillamente, “machismo”, y no es ninguna enfermedad, No es una lacra, no se contagia, no se cura con ningún medicamento ni vacuna, ni forma parte de las diez plagas de Egipto del Antiguo Testamento. Es machismo. Y el machismo es una vulneración directa de los derechos humanos, es cultura, educación. Tan sencillo y, por eso, tan complicado de romper.
El machismo no es ninguna patología, porque si se califica como tal deja de considerarse un problema social y cultural y pasa a ser considerado un tema sanitario que espera de una “medicina” para su curación. Miguel Lorente explica que “el agresor no es ningún enfermo”, sino una persona “que va construyendo la violencia y que no surge de manera espontánea, sino que está basado en las referencias culturales que utiliza para obtener una posición de dominio”. Lo explicaba de forma magistral el psicólogo Jorge Freudenthal, que trabaja en terapia con maltratadores, en un programa de Salvados (7 de Febrero de 2016) con Jordi Évole:
No están enfermos, no es esquizofrénico, no tiene trastorno bipolar ni una enfermedad mental. [El machismo] es una ideología, y una forma de pensar, que lleva a comportarte de una determinada forma […]. Si lo entendemos como enfermedad nos vamos a centrar más en ese individuo, y no en los cambios que hay que hacer a nivel social para que ese individuo y todos los de su alrededor vayan cambiando su forma de relacionarse.
El propio psicólogo mantenía en su exposición que detrás del maltrato está la necesidad de dominar la situación. No se nos ocurriría decir de un racista que es un enfermo, sino que tenemos claro que es una forma de pensamiento discriminatoria y que busca controlar. Lo mismo ocurre con el machismo, por muchas excusas que se busquen. En esta línea, Lorente recogía esta reflexión tras el asesinato de Diana Quer:
Los estudios forenses nos dirán cómo es el Chicle, cuáles son los rasgos de su personalidad y si tiene algún elemento que tenga un significado especial en su comportamiento, pero lo que sí sabemos ya es que se trata de un machista violento, igual que otros agresores que han cometido crímenes similares, incluso peores en sus formas y sus consecuencias por asesinar a varias víctimas, y ninguno de ellos era un enfermo mental ni tenía trastornos de personalidad, como tampoco ninguno de sus conocidos decía nada de ellos ni del Chicle antes de que se conociera su responsabilidad en los hechos. En cambio, nadie ha dicho de él algo tan sencillo como que es un machista violento.
Vemos horas y horas de tertulias en las que la palabra machista se pronuncia poco, cuando solo desde ese reconocimiento como problema y desde la educación puede modificarse ese comportamiento.
Hay agresores que pasan por una terapia conocida como PRIA-MA, un Programa de Intervención para Agresores de Violencia de Género, pero no es obligatorio para todos los que ingresan en la cárcel. En estos casos, por estar privados de libertad, se deja que ellos se apunten de forma voluntaria. Eso hace que las cifras de participación sean pequeñas. Con datos de 2018, se apuntaron voluntariamente al programa 574 internos de cincuenta cárceles. Sí es obligatorio, sin embargo, en aquellos casos en los que el juez suspende la privación de libertad a cambio de someterse al programa.
Entre el 21 y el 35% de los maltratadores sin rehabilitación acaba reincidiendo. En cambio, entre quienes sí la reciben, el 93,2% no reincide en cinco años, según un estudio de la Universidad Autónoma de Madrid en 2017. Esto demuestra que no son enfermos mentales, que no necesitan pastillas, sino que la raíz del problema reside en lo que piensan, en sus ideas… y estas se han transmitido a través de la cultura. No son enfermos mentales, son machistas.
3. “LAS MUJERES DENUNCIAN PARA RECIBIR UNA “PAGUITA” Y QUITARNOS A NUESTROS HIJOS”.
En realidad, este mito se queda corto porque a la hora de culpar a sus exparejas, los machistas suelen usar muchas más acusaciones, pero estas dos son las que más se escuchan.
Analicemos el mito de la “paguita”. La web del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE) detalla que tanto las mujeres afectadas por violencia de género como las mujeres y los hombres afectados por la violencia doméstica pueden “solicitar la suspensión temporal de la relación laboral con reserva del puesto de trabajo o su extinción definitiva”. Es decir, hombres y mujeres tienen el mismo derecho de abandonar su trabajo durante un tiempo en caso de violencia.
La Ley de Violencia de Género de 2004 contempla que las mujeres maltratadas pueden solicitar una ayuda. Pueden demandarla quienes no tengan ingresos superiores al 75% del Salario Mínimo Interprofesional. Es un pago único siempre que se demuestre que “debido a su edad, falta de preparación general o especializada y circunstancias sociales, la víctima tendrá especiales dificultades para obtener un empleo”. Por otra parte, estas víctimas también tienen acceso a solicitar el RAI (Renta Activa de Inserción), como cualquier persona que sigue en paro y no tiene derecho a la prestación contributiva ni al subsidio por desempleo. Para ello deben acreditar tener la condición de víctima y estar inscritas como demandantes de empleo.
Y para controlar todo el proceso, el artículo 35 del Estatuto de la Víctima del Delito dice que quien haya puesto una denuncia falsa y haya cobrado ayudas deberá devolverlas con una penalización del 50%, es decir, que no es trato de favor. Por lo tanto, no son pagas que se dan de forma automática, sino que tiene requisitos y se destinan de forma temporal. No tiene nada que ver con una paga para toda la vida, y siempre son ayudas con una cuantía escasa. No debe extrañarnos que reciban ayudas, dado que también pueden pedirlas las víctimas de violencia doméstica, las víctimas de violencia sexual o las víctimas del terrorismo. Quien se lleve las manos a la cabeza por mencionar aquí las víctimas del terrorismo tendría que reflexionar sobre la diferencia de trato y ayudas a las distintas víctimas, así como recordar que la violencia machista ha causado más muertes que la banda terrorista ETA o los atentados del Daesh en la Unión Europea.
Respecto a la custodia de los hijos, basta remitirse al Consejo General del Poder Judicial y a los datos de 2018. Entre las medidas judiciales de protección vemos que:
*La suspensión del régimen de visitas se concede solo un 2,9%.
*La suspensión de la patria potestad, un 0,4%.
*La suspensión de la guarda y custodia, un 4,4%.
*La protección del menor para evitar un peligro o perjuicio, un 0,7%.
Es decir, que más del 90% de los padres con orden de alejamiento siguen viendo a sus hijos. Las cifras oficiales señalan 27 menores asesinados por violencia de género desde 2013, y 241 huérfanas y huérfanos tras el asesinato de sus madres. Hasta febrero de 2019 el Congreso no aprobó una ayuda a los huérfanos de, al menos, 600 euros, tras la lucha de muchos otros, como es el caso de Joshua Alonso. Su madre estaba en trámites de separación cuando su pareja la asesinó provocando una explosión con dos bombonas de butano y gasolina. Joshua perdió a su madre, se quedó sin casa y se hizo responsable de su hermano de diez años. Hoy día, el Fondo de Becas Soledad Cazorla contribuye a paliar la situación en la que se quedan las huérfanas y huérfanos de violencia machista.
Tras estas cifras queda claro que las madres “perversas” que los machistas señalan no existen, sino que son madres que intentan proteger a sus hijos e hijas, no siempre con éxito, ante la justicia, y que los únicos que quitan y acaban con la vida de los menores son los agresores machistas. Recuerdo muchos casos de menores asesinados por sus padres, y la lucha de esas madres ante una justicia que nunca las escuchó. Fue el caso de Ángela González, que peleó durante 15 años para que el Estado asumiera su responsabilidad tras haber presentado cerca de cincuenta denuncias. Un día, en una de la visitas acordadas por el juez, el padre mató a la hija de siete años. Hasta que su caso no llegó a la ONU y el Tribunal Supremo le dio la razón, no se hizo justicia (entre comillas, porque a su hija ya nadie se la devuelve). También está el caso de las dos niñas asesinadas por su padre en Castellón, a pesar de que la madre solicitó protección. Como ella misma expresó en una carta:
Quien estos actos justifique, en público o privado, es cómplice del maltratador. La violencia de género ha de ser condenada por toda la sociedad sin paliativos, siempre. Dejad de buscar ninguna otra justificación, porque quien mata a sus hijas y luego se suicida no es un pobre hombre, es un cobarde. Es esencial que así lo entendamos para erradicar el horror que estamos padeciendo, imprescindible para la dignidad y seguridad de toda la ciudadanía.
Por eso, un maltratador nunca será un buen padre.
4. “TAMBIÉN DEBERÍA EXISTIR UN DÍA DEL HOMBRE”
En el año 2016, con motivo del Día de la Mujer, se hizo un movimiento en Twitter que reclamaba un “Día del Hombre”. Sí, casualmente se hizo el 8 de marzo. Estos individuos entienden que la existencia del Día de la Mujer es un acto que les margina.
Los días conmemorativos o especiales se establecen en base a una excepcionalidad (enfermedad, discriminación, extinción, opresión o amenaza) y, por eso, sería extraño pedir el Día de los Blancos, el día de las Personas Sanas o el Día de las Personas sin Cáncer, por ejemplo. Es un tanto egocéntrico pedir un día, cuando en todos los días del año eres protagonista o no sufres ningún tipo de discriminación.
El origen del Día de la Mujer tiene historia detrás, algunas veces variable en cuanto a fechas. La primera a la que nos remite es el 8 de marzo de 1857, en plena Revolución Industrial, cuando un grupo de mujeres trabajadoras en una fábrica textil protestaron por las condiciones en las que trabajaban, en Nueva York. Pertenecían a la compañía Lower East Side y denunciaban las excesivas jornadas de trabajo, de lunes a sábado, de más de doce horas, o cobrar un 60% menos que los hombres, principalmente. Aquellas quejas fueron duramente reprimidas por la policía.
Un 28 de febrero de 1909, según una declaración de Partido Socialista de Estados Unidos, se celebró el primer Día Nacional de la Mujer. En 1910, la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas propuso el Día de la Mujer con carácter mundial. Un 25 de marzo de 1911 sucedió el hecho que la inmensa mayoría relaciona con el Día de la Mujer Trabajadora: el incendio de la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist, en Nueva York, cuya plantilla estaba compuesta en su mayoría por mujeres, muchas de ellas inmigrantes y jóvenes. En la fábrica se originó un incendio y las trabajadoras no pudieron escapar de las plantas del edificio, cuyas puertas estaban cerradas por sus jefes. Un año antes se había convocado, sin éxito, una huelga del sector textil para pedir más reconocimiento a los sindicatos y mejores condiciones laborales. Los responsables de esta fábrica, como era de esperar, no adoptaron ninguna medida.
Pero el origen más exacto parece estar en Rusia, donde un grupo de mujeres realizaron una protesta el último domingo de febrero de 1913. Unos años más tarde, en 1917, un 23 de febrero, hicieron otra huelga en demanda de “pan y paz” tras los dos millones de soldados rusos muertos en la guerra. El zar abdicó cuatro días más tarde y el Gobierno provisional concedió a las mujeres el derecho de voto. Aquella fecha pertenecía al calendario juliano, pero en el calendario gregoriano correspondía al 8 de marzo. Hasta 1975, Naciones Unidas no ha celebrado esta fecha como el Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional, “para conmemorar la lucha histórica por mejorar la vida de la mujer”.
Esa es parte de la historia del día 8 de marzo. A esta fecha se suma el 25N, el Día Internacional de Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en recuerdo a las hermanas Mirabal, brutalmente asesinadas por la policía secreta dominicana el 25 de noviembre de 1960 bajo las órdenes del dictador Rafael Leónidas Trujillo. Las compañeras feministas latinoamericanas hicieron un gran trabajo para el reconocimiento internacional de este día.
A pesar de todo esto, los hombres machistas que preguntaban alterados “¿por qué no existe un Día del Hombre?” parece ser que desconocen que los hombres (que no sufren discriminación ni violencia por tazón de su sexo y que tienen bastante visibilidad) sí tienen un Día del Hombre: el 19 de noviembre (esta fecha no tiene el reconocimiento de la ONU). Todas aquellas personas que criticaron la existencia del Día de la Mujer como discriminación, desconocían la existencia de este otro. Los machistas, de nuevo, fueron presa de su propia ignorancia.
(Ana Bernal-Triviño. NO MANIPULÉIS EL FEMINISMO. Una defensa contra los bulos machistas. Editorial Espasa. Barcelona. 2019)